Michelle Roche Rodríguez
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La madrugada del 23 de agosto de 2010 amanecieron en un rancho del poblado de San Fernando, en el estado mexicano de Tamaulipas, 72 muertos desconocidos. Se trataba de 48 hombres y 14 mujeres que provenían de países de Centro y Sudamérica: habían sido torturados, vejados, mutilados y ultrajados. Finalmente, les habían disparado por la espalda.
En investigaciones posteriores se supo que se trataba de viajantes en tránsito hacia Estados Unidos y que, antes de lograr su cometido, habían sido interceptados por una banda de delincuentes organizados. Estos les cobraron una vacuna excesiva para continuar y, cuando los migrantes no pudieron pagarla, los mataron.
Parece el argumento de una novela de narcoliteratura, el género que algunos críticos describen como la narrativa policial de Latinoamérica. Pero esto no fue ficción. Se cree que los asesinos son miembros de Los Zetas, un grupo criminal dedicado, entre otras actividades, al secuestro, el robo, el homicidio y la extorsión, además del tráfico de droga y de personas.
Hay verdades que superan la fantasía. Quizá si lo hubiera imaginado un autor mexicano (o colombiano, o peruano) no dolería tanto leer ahora que al de por sí abominable crimen le siguió el tratamiento humillante que recibieron los restos mortales. No sólo el vehículo que transportaba los cadáveres tuvo un accidente y los cuerpos se desparramaron por toda la autopista, sino que la cobertura de los medios de comunicación hizo énfasis en el número de muertos, como estadísticas vacías y abstractas, borrando las caras y convirtiendo los cuerpos exánimes en números de la guerra que enfrenta la región contra el narcotráfico y la violencia. Las vejaciones, sin embargo, no terminaron con la ineptitud de los policías y la indiferencia de los periodistas. A esto debe sumársele la transposición de los cuerpos de las víctimas, varios de los cuales fueron entregados a los familiares equivocados.
Por desgracia, estos hechos no son infrecuentes en México. Aunque tampoco puede decirse que en países como Colombia, Perú y Venezuela estas tragedias sean extrañas. Cuando el dolor y la imposibilidad de resolver injusticias semejantes son demasiado grandes, apenas el arte permite supurar las miserias.
Construir altares de bytes y papel
La vergüenza y la impotencia movieron a las periodistas Lolita Bosch y Alma Guillermoprieto a construir un “altar virtual” y convocar a 72 participantes a escribir un texto corto dirigido a cada una de las víctimas. El proyecto titulado 72 migrantes tiene la finalidad de recordar que México es también un país de imigrantes y de exiliados y que por eso es especialmente ominosa la Masacre de Tamaulipas.
“Al principio lo llamábamos ‘Altar Internet’ porque queríamos que fuera una ofrenda de desagravio a las 72 víctimas”, explica Guillermoprieto: “Nos movieron muchas cosas, como la acumulación de horrores que ocurren en México y, más concretamente, el sentido de vergüenza de que un país de migrantes como es este ocurriera esta tragedia”.
De la misma manera que los altares de los muertos le devuelven el rostro a los familiares fallecidos, las fotos y los escritos permiten evocar la vida de quienes murieron como mártires. Además de Bosch y Guillermopriero, a este proyecto se unieron autores como Elena Poniatowska, Juan Villoro y Jorge Volpi, entre otros intelectuales y periodistas de ese país. “Lolita Bosch fue fundamental, a través de su sitio La aparente rendición. Ella había empezado unas cinco semanas antes un proyecto en Internet y ella tiene mucha convocatoria, luego se unieron los demás”, dice con modestia la periodista nacida en México en 1949.
Antes de convertirse en una publicación, un bello libro-objeto del sello independiente Almadía, este fue un proyecto para Internet. “Fue gratificante para mí trabajar para la Web, pues constituyó una manera de explorar las posibilidades de ese medio y después me di cuenta de que muy fácilmente encuentra uno otras puertas abiertas de la reportería. Por otro lado, es importante recalcar que esta idea nos salió a todos de una necesidad de decir cosas ‘extra-periodísticas’, por decirlo de alguna manera: ya no nos bastaba la reportería para describir el horror. No creo que he abandonado en ningún momento el reportaje, pero esto que está en este libro no me cabía en ese género”, explicó antes de señalar que hacerlo en el formato digital, y no en prensa escrita, fue la única manera de concretar, sin retrasos, un proyecto con 72 escritores.
El libro, además cuenta con un prólogo del actor Gael García Bernal, protagonista de la película El crimen del padre Amaro (2002) y codirector, junto a Marc Silver, del documental sobre la migración centroamericana titulado Los invisibles,que puede verse también en la página www.72migrantes.com..
Poner la melancolía en palabras
Guillermoprieto explica que esta masacre “fue el primer golpe” que le advirtió de lo que estaba pasando: “En países que están absolutamente tomados por la violencia y acumulan un gran número de muertos, como México, se van perdiendo los rostros. 72 migrantes es nuestro intento por restituirle nombre, rostro y vida a cada uno de los afectados”.
En el libro de 190 páginas se suceden hojas encontradas que arman altares numerados de fotografías y escritos. Uno por cada muerto. Cuando los editores no han podido dar con un nombre, apenas lo llaman con la frase “Migrante aún no identificado”. Y las cuatro palabras resultan aún más dolorosas que un nombre. “En los casos que aparecen con sus nombres, pudimos hablar con la familia. Al principio nos parecía frustrante los otros que no tienen identificación pero acabó siendo mucho mejor, porque esos anónimos en realidad hablan por todos los demás”, explica la reportera y colaboradora de la revista estadounidense The New Yorker.
Lo más difícil fue conseguir a los 16 fotógrafos que se atrevieran a hacer el viaje completo tal y como lo hicieron los migrantes muertos, ese proceso tomó unos meses. Gracias a las fotos se pudo rearmar la peregrinación completa. “Para muchos la dificultad simplemente fue internarse entre tanta gente humilde, pero diría que en mi caso fue 72 veces más difícil porque yo era el centro de recepción de todo”, recuerda Guillermoprieto.
Para el lector que observa estos altares, sin embargo, lo que resulta más doloroso es pensar que esta era una tragedia “anunciada”, como señala la periodista mexicana Elizabeth Palacios en un artículo al respecto incluido en la publicación. En junio de 2009, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos presentó un informe en le que se señala que, en ese último año, había registrado 198 casos de secuestro en los que 758 migrantes perdieron su libertad.
“Hablamos de secuestros masivos, en promedio de grupos de 50 personas en cada plagio reportado a la CNDH. Casi 10 mil personas tuvieron o pudieron haber tenido el mismo destino que los 72 cuerpos que estaban ahí, tirados, apilados, como sino le importaran a nadie”, escribe Palacios, reportera para el diario mexicano La Jornada.
Algunos quedarán sólo para llorar los muertos, otros apenas para ignorarlos; pero el proyecto que empezó como una ofrenda por Internet y se convirtió en libro sigue multiplicándose, pues próximamente será también una obra de teatro. Aunque el libro no puede encontrarse en las librerías venezolanas, quienes quieran conocer los rostros de las víctimas (o su falta) pueden acceder a la página Web, donde hay información del caso, videos, canciones y un enlace para donaciones a beneficio de varios albergues para migrantes en México.
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