“…La fleurquiplasaittant àmoncoeur desolé”

Gerard de Nerval. El desdichado.

 

eubm-96-21Un día de mil novecientos noventa y uno, Miyó Vestrini hizo suya una de las alegorías de Nerval y se sumergió para siempre en la gruta de las sirenas. Desde entonces, la violencia de su mirada interior resplandece -en modo de subyugación- en los materiales dispersos a los que el lector contemporáneo tiene acceso.

Pero también en la poesía hay actos de amor, y la editorial Letra Muerta viene de publicar un delicado homenaje a Miyó Vestrini: una reunión de su poesía inédita titulada “Es una buena máquina” (2015). Nada en el diseño del libro fue dejado al arbitrio, y para sus lectores el poemario será un objeto imprescindible en sus bibliotecas.

En “Es una buena máquina”, Vestrini aparece en su embrujo yuxtapuesto de plenitud y desolación. “Odio esa tropa del subconsciente y de la crueldad automática. En mis horas permisibles, renazco antes de la humedad última (…). De rodillas, me dejo envolver por las aguas de Boticelli”. Cada poema es un lacerante ejercicio de vigilia: “Invento gritos, alaridos, revueltas/pero generalmente la gente huye/o se queda silenciosa/Y siempre,/a esta hora,/me muero de ira, de sueño”.

La elección del título del libro, conduce a una época olvidada en el que los sonidos secos de la máquina de escribir daban cuenta de la soledad, la angustia o el dolor de los escritores. El eco circular de las teclas en una sala vacía, era la clave -parafraseando a la poeta- de “los que aún rondan el fuego enardecido”. Para Miyó Vestrini, cada jornada era un testimonial de su meditación con la muerte. “Para la poesía, maldita y aborrecida, siempre hay un día siguiente: la muerte”.

“Entre los derechos del hombre figura el escribir largamente, para sí primero, para los otros luego, con un profundo bien o mal definido: inundar las vitrinas, las paredes, los países, las casas. O en fin de cuentas, suicidarse”. La palabra de la poeta colma el silencio del lector, lo devora.

Asomarse a “Es una buena máquina”,es un réquiem a la solemnidad de los gritos primarios que hay en todo acto creador. El lector se conmueve de la insalvable soledad de la poeta, de su elegancia y excesos.

“Todavía no escoge el lugar/pero piensa ya en el exterminio de la luz/y la inquietud llena de lágrimas sus ojos”. Y otra vez Nerval, MiyóVestrini se sumergió en la infinita gruta de las sirenas. Todavía su frente está roja del beso del fuego enardecido.

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