“Va a resultarme difícil persuadirlos de que, sin embargo, aquello a lo cual llamamos cultura y a lo cual siempre nos referimos abarca siempre escuchar y comprender”.

Hans-Georg Gadamer

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Ricardo Ramírez Requena

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Los libreros no existen desde el principio de los tiempos. Existían los sacerdotes o líderes religiosos y civiles que velaban por cuidar aquellos pergaminos y tablillas que recogían la sabiduría de antaño. Podemos pensar en aquellos que cuidaban y velaban por la biblioteca de Alejandría, según dicen quemada por cristianos, o en el monje Jorge de Burgos, que resguarda celosamente el segundo tomo de la Poética de Aristóteles en la biblioteca de su Abadía (según Umberto Eco en El nombre de la rosa). Estos no son libreros. Debemos llegar quizá, pensando en Occidente, al final de la Edad Media y los espacios de los mercados, en los sindicatos de artesanos, en la separación de los oficios, para pensar en la llegada del librero. Todo esto aunado a los anuncios paulatinos del Renacimiento, y su búsqueda del orden clásico, de aquello que nos enseñaron los antiguos. La figura del librero por tanto está asociada a dos cosas: búsqueda de conocimiento y comercio de ese conocimiento. Es a partir de Gutenberg que podemos ver aflorar con fuerza este oficio, en su sentido mayor: su peligrosidad.

Los libreros alcanzan cierta popularidad en tiempos de la Reforma, en la difusión secreta de los textos de Lutero y de Calvino y, luego del triunfo en diferentes países del quiebre con Roma, en su difusión abierta y constante. Los libreros empiezan a ser, además de vendedores de textos, editores de los mismos. De las carnes favoritas de las llamas en los tiempos inquisitoriales, los libreros imprimieron y difundieron textos heréticos, rosa-cruces, protestantes, diabólicos, paganos. El difundir el conocimiento ha estado más allá de los límites del poder del Estado y las Iglesias. Nada más peligroso que poseer una imprenta; nada más peligroso que seducir con la palabra.

El gran tiempo de los libreros vendría con la Enciclopedia, y su importante labor en Francia y toda Europa, pero principalmente con la Revolución Industrial y la impresión masiva. No sabríamos quiénes son Dostoievski, Dickens, Dumas, Hugo, Balzac, Tolstoi, sin la larga labor de sus editores en periódicos, pero luego, en especial en el alcance de las traducciones, sin la paciente labor de los libreros, que llevaban a libro aquellas obras que empezaron difundiéndose por entregas en los periódicos europeos y norteamericanos. Los grandes libreros se gestaron en el siglo XIX, traspasaron fronteras, tomaron barcos, y llegaron a otros lugares del mundo. Esos libreros salieron de Sevilla, Madrid, París, Hamburgo y llegaron a México, Buenos Aires, Lima, Caracas. Sin los libreros, no tendríamos la mitad de los libros que en su momento leyeron nuestros ancestros.

II

Ana Julia NiñoEl oficio de librero pasa siempre por el servicio, la difusión del conocimiento, gracias a la seducción del otro. Hay una erótica del libro y el librero la conoce bien. Es su legado más valioso: vender un libro significa seducir al lector y convencerlo de su necesidad, o de la necesidad del otro. Pero también, ser un librero significa entender el poder del NO. Saber a quién no venderle determinado libro, y a quién si, por ejemplo. Conocer al otro, con vistas a venderle aquello que sabemos que le gusta. Pero también negarle, aunque sea por un tiempo o para siempre, aquello que podría llevarlo a la perdición demasiado pronto. Todo librero es un Mefistófeles al revés. Serlo al derecho, es ser un vendedor de tienda, con los dientes listos para atacar el cuello. Un Mefistófeles al revés es un librero: aquel que no busca su caída final, sino su cálida conversación a través de los años, según los gustos de ese Fausto particular que es nuestro lector. Porque no hay nada más difícil que recomendar un libro. Pero es difícil sencillamente porque no todo el mundo es librero. Porque un librero sí sabe recomendar y vender libros. Desde siempre.

Pensar en el oficio de librero en el siglo XXI es entender que avanzamos hacia cosas nuevas. Hoy, un librero debe manejar las redes sociales, manejar la publicidad virtual constante, tener la preparación cultural y literaria necesaria: aquella que se va haciendo sin parar, constantemente, con regularidad. Un librero debe asistir a Ferias del Libro, a Congresos de Literatura, a Seminarios. Debe formarse; debe ser una persona en continua preparación. Muchas librerías insisten en la preparación académica de los mismos libreros. Varias librerías independientes insisten en esto en países como España. No sé si será indispensable. No lo fue para los libreros de antaño y los veteranos de hoy. La formación continuada, no académica, puede brindar un acercamiento anárquico y libre, salvaje, a lo que se lee, que con los años se va perfeccionando de acuerdo a los gustos de ese librero. Por otro lado, la academia puede paralizar, frenar el acercamiento a cierta literatura. También, puede propiciarla, dependiendo de la formación que haya recibido, es decir, de la visión de esos lectores mayores: los profesores, que sean abiertos a la experimentación, a las búsquedas, a la investigación. Un librero está marcado por el signo de Hermes, sí, pero también por Apolo y el sentido del orden de un espacio. Ambos pueden convivir, se pelean, se debaten y generan el afán mayor que es la lectura. Un librero es una de las formas de la memoria. Le pagamos para que sepa, para que recuerde siempre aquellos libros que tenemos en nuestra casa, aquellos que nos vendió, para que los recuerde. Su oficio es una invitación a invadir nuestra intimidad, de manera consentida, y a resguardar aquello que forma nuestro intelecto y nuestra sensibilidad.

III

Ana Julia Niño¿Tiene sentido el oficio de librero hoy en día o deberá desaparecer como otros tantos oficios? Creo que este oficio ha mutado en el tiempo, desde hace decenas de años. Tiene una de las capacidades de adaptación más dinámicas que se conocen. Creo, incluso, que el librero, la figura del librero, a partir de la tecnología de la comunicación, sobrevivirá incluso más allá de la idea de librería, sea de grandes superficies o independiente. El librero existirá mientras la idea de texto, asociada a su materialidad o virtualidad, exista. Existirá mientras existan lectores. Y estos lectores dependerán (como la existencia de los libros, de su concepto, de los editores) del acercamiento del librero a sus necesidades de lector. Un librero es aquel que vela por la lectura del otro, más en estos tiempos indigentes. Un librero resguarda: cuida. Su labor está signada por saber escuchar al otro y comprender aquello que necesita.

Un librero, quizá sea el último interlocutor que nos queda.

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Fotos: Ana Julia Niño