Audrey Lingstuyl
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Celeridad, contradicción, complejidad y contemporaneidad son los nombres de algunas de las problemáticas a las que se enfrenta el análisis crítico de las iniciativas artísticas en la red.
Se trata de un campo en efervescente desarrollo, especialmente para el momento en el que Jesús Carrillo escribe este libro, ante el cual el autor asume el desafío de dibujar el panorama de prácticas artísticas que reflejan el espíritu de la era del capitalismo informacional, caracterizada por la tecnologización de la vida y el cuestionamiento de conceptos típicos del arte clásico como la identidad, la libertad, lo real, lo irreal, la privacidad, lo público y el destino del hombre.
En Arte en la red, Carrillo adentra al lector en un recorrido en dos partes, cada una de ellas dividida en cinco capítulos. La primera explora el contexto histórico, social y tecnológico en el que surgen estas manifestaciones, así como las lógicas dentro de las que se desarrollan y que buscan reconfigurar. La segunda intenta hallar los orígenes del arte en la red y ofrece una muestra que traza vectores por los que discurren estas prácticas, inevitables herederas de los debates de las vanguardias del siglo XX.
De esta manera, en la primera parte de su libro Carrillo se refiere al imaginario de Julio Verne, la visión de H. G. Wells, las exposiciones mundiales del siglo XX, la “virtualización del mundo” de Baudrillard y Star Treck, entre otros, para hallar las semillas de la visión de mundo que en la década de 1os noventa contextualizaría la aparición del arte en la red. En una visión del futuro –ahora presente– en la que la tecnología invade todos los ámbitos de la vida diaria y permite acceder a mundos desconocidos. El arte en la red aparece pues en una sociedad que, frente a la bancarrota del estado de bienestar prometido por la industrialización, usa la tecnología para disolver lo doméstico y lo global. Esta nueva “sociedad red” hará de la conectividad su principal valor, con miras a sustituir el modelo dialéctico de la lucha de clases del imaginario revolucionario contemporáneo, por un nuevo modelo ideal basado en la libre circulación de ideas, la supresión de las fronteras, la pluridireccionalidad del la comunicación, la expansión horizontal y, sobre todo, la mentada igualdad.
De igual manera el espacio en la red se desvanece y se desterritorializa en lugares virtuales que ya no son regidos por una noción posicional sino por la densidad de líneas de la red que los atraviesan. A través de estas líneas el individuo se comunica, se mueve y se define a sí mismo. Su identidad deja de ser producto del patrimonio y de la herencia genética para convertirse en una inversión activa y constante que se desarrolla en un entorno altamente competitivo. Será una identidad de naturaleza performativa y extrovertida, producto de una reflexión intensa sobre sí que parece buscar alternativas a las certezas del imperante parámetro burgués.
Ahora bien, en la segunda parte de su libro Carrillo plantea una genealogía del arte en la red, estableciendo una relación entre arte y medio. Para hacerlo buscará alejarse de los métodos historicistas propios de los historiadores del arte y toma prestadas la compleja noción de medio y la carencia de prejuicios estéticos del modo de análisis de los investigadores del –relativamente nuevo- ámbito de los estudios de la cultura visual. Adoptará una aproximación crítica al estilo de la Escuela de Frankfurt que reconocerá en el Barroco la semilla del uso propagandístico de las imágenes y la espectacularización del poder, visibles en la experimentación artística en la red. Sin embargo, decide constreñirse a los límites estrictos de la modernidad postrevolucionaria del siglo XIX en los que, afirma Carrillo: “…la proliferación de los nuevos medios tecnológicos de producción y reproducción de textos e imágenes constituiría uno de los ejes respecto al que el artista debía definir inevitablemente, en un sentido o en otro, el sentido de su práctica.” Ante un dilema similar se hallará el artista de finales del siglo XX cuando aparece la Web, de ahí que el texto El autor como productor de Walter Benjamin, se convierta en una clave teórica fundamental para las primeras prácticas artísticas en la red. Benjamin afirmaba que el artista moderno debía convertirse en un factor de transformación del aparato productivo existente pues de lo contrario, si tan sólo usaba los nuevos medios como simples vehículo de su mensaje, se convertiría en mero abastecedor de este aparato.
De esta manera, el surgimiento de vanguardias “artísticas” basadas en las nuevas tecnologías de la comunicación es, en la década de los noventa, consecuencia directa de una serie de factores de índole muy variada que serviría como caldo de cultivo para la aparición de un reducido número de individuos que se reunirían en torno a la acción creativa en la red a través de iniciativas como Nettime (lista de correos dedicada al análisis crítico de la red), Rhizome (organización sin fines de lucro para apoyar el arte de los nuevos medios) y Documenta X (edición de la exposición de arte contemporáneo documenta). Estos, entre muchos otros entornos de espíritu juvenil contagiados por el “desprejuicio” de los equipos de investigación de Silicon Valley y los campus universitarios que comenzaban a experimentar con la comunicación en la red.
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