Algunas veces resulta agradable volver a los recuerdos de la adolescencia, esa época convulsa de transición entre la niñez y el adulto que se asoma en los bordes de la ingenuidad. Se trata de fragmentos inconexos, risas sueltas, viajes, amores y amistades que significaron mucho debido a su primigenia intensidad. Dicen que todo tiempo pasado fue mejor. Estoy de acuerdo con ello. Quizás se deba a todo lo que almacena mi memoria, un rompecabezas informe de mucho gozo, conversaciones hasta tarde en la madrugada, juegos de dominó y cervezas de fin de semana. Tuve la suerte de acoplarme a un grupo heterogéneo junto al cual compartí experiencias enriquecedoras y muy estimulantes. Nunca fue aburrido. Y aprendí lo necesario para seguir adelante con lo que prometía el futuro. Pero una que otra vez vuelvo atrás, pienso en aquellas vivencias, las rememoro con placer.
Fue por eso que adentrarme en la lectura de Ciudades que ya no existen significó abrir la puerta de un pasado ajeno y al mismo tiempo propio. Mucho de lo expuesto en las historias de Fedosy Santaella suena familiar, conocido, un viaje a través de un territorio simbólico que hace guiños con un pasado idílico y casi colectivo. Todo el que vivió su adolescencia a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, podrá reconocerse en estas lúdicas experiencias que el autor plasma con exquisita familiaridad. Cada uno de los cuentos es un rápido fogonazo, una instantánea que detiene el tiempo, una visión de lo que fue y ya no será. Y uno sonríe porque se sabe partícipe mediante ese mágico enlace que representa la buena literatura.
Conforme las historias se despliegan y los personajes se mueven dentro de un abanico de vivencias juveniles, el lector no puede evitar las sonrisas de reconocimiento al verse obligado a recordar sus propias experiencias. En mi caso particular ese ejercicio de regresión se torna vívido porque también crecí en la provincia, llenándome de madrugadas en el borde de una acera, estrechando lazos con amistades ajenas a la dinámica capitalina; fuera de Caracas todo es más lento, matizado, carente de la inmediatez que caracteriza las actividades de la gran ciudad. En el presente, con todo lo que acontece ahora mezclado con la política, la delincuencia, los trastornos sociales, uno lee y añora con placer ese tiempo apenas recuperado mediante la lectura. También existe la mutación entre el pueblo y Caracas, un estudiante del interior que llega para estudiar y todo lo que eso representa: conseguir un sitio dónde vivir, los nuevos amigos, la universidad, familiarizarse con las calles y avenidas, los encuentros fortuitos con otros seres que prolongaran el viaje hacia otros derroteros. Todo eso sale a la superficie en estas Ciudades que ya no existen.
Ayuda bastante el tono empleado por el autor, la sencillez del lenguaje, un ejercicio literario que torna asequible el cúmulo de experiencias vertidas en el papel. La lectura se hace cómoda, placentera, relajada; y tiene mucho que ver con el estilo para contar, porque se intuye el trabajo progresivo para alcanzar el tono adecuado, la entonación necesaria, la secuencia precisa y así ofrecer las piezas sueltas de un rompecabezas pretérito. Ciudades que ya no existen se puede leer como una novela corta, directa, donde cada historia conforma un capítulo de la misma trama; también existe la facilidad de separar sus partes, pues los relatos poseen la sincronización precisa para existir de forma independiente. He preferido no mencionar el contenido porque creo que cada lectura es única, subjetiva; sólo me arriesgo a decir que el juego con actividades aduanales, burdeles, música francesa, techos de vinilo y cabrones de altura es sugestivo y memorable.
Reseña hecha por: Luis Guillermo Franquiz @lgfranquiz en Twitter
Hacer críticas “extras” a reseñas que se hacen sobre nuevos libros que salen al mercado editorial en Venezuela, puede ser para muchos, algo bastante sencillo, unas palabras agradables y ¡ya…! pero resulta que escribir es más que expresar, mediante palabras expresivas/edulcoradas un mensaje. Creo que la lectura es un ejercicio que debe atraparnos en todos los sentidos, poder mirarle las manos…Tenemos que hacernos cómplices de los libros, de sus oraciones, de sus capítulos, de sus razonamientos, metáforas y metonimias. Convertirnos en quehaceres intimistas de los textos es una actividad que lleva tiempo y que con mucho esfuerzo podemos lograr.
Recuerdo el comienzo de “En busca del tiempo perdido I” cuando a Swamm terminaba recostándose temprano, cerrándo los ojos, y todo su horizonte significativo y especular comienzaba rememorando recuerdos.
Todo fragmento, al ser fragmento, como dices, debe ser inconexo, no concibo un libro cuya ilación sea tan lineal como etérea. Me resulta poco atrayente ese ritmo no oblondo de aquellos libros que resultan una suerte de abedecedario lineal de A a Z. Los libros seriales desdicen más que lo que dicen.
Otra de las características que resaltas del texto reseñado es que, pareciera y permíteme equivocarme, tiene tono de biografía, “aquellos libros donde se cuentan las cosas mejores que en una novela” Realmente para cualquier escritor es un género bastante difícil, sobre todo tratar de mantener el estilo que como la música tiene sus picos y como el teatro sus cuadros, espacios para la comedia y para el drama, donde el iluminista, mediante el reflector, expone lumen, la vida de un ambiente, de una historia, de un pasaje entre uno o varios personajes.
Resulta ser este un comentario libre, así que me hubiese gustado que incluyeses un poco más de lo que versan las historian que narra el libro, finalmente las historias protagonistas, aquellas que nos deben atrapar para poder escribir y sincerarnos con nosotros mismos hasta llegar a término, mediante reticencias o discplicencias, en muchas ocasiones son las figuras centrales de toda pieza.
Despido lo que presumía ser una adecuación de estas líneas inadecuadas con Virginia Woolf. En la trad, que hace Borges sobre “Un Cuarto Propio”, dice magistralmente esta mujer, encarnada en poeta que: “nunca podía llegar a una conclusión”…¡Verdad más pura y más sincera! Juego de palabras y de gramática magistral. Todo texto es inconcluso, al modo de Blanchot o de Eco. De eso se trata, de que cada uno le demos un destino distinto, divergente a la obra. No claudicar definitivamente las obras, dejarlas abiertas. Comenzar en un punto y con el secreto del escritor, tratar de concluir aparentemente o como dicen, que cada quien le otorgue su propio final. Revestir el mundo en dos realidades creo que no sirve de mucho, entendido como mundo real y mundo aparente, creo que es un mero juego retórico. Lo que existe es un único mundo, “este mundo que está constantemen siendo” (Nietzsche).
Saludos cordiales.
Muchas gracias por tu comentario